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Museo Toulouse-Lautrec,

la belleza incansable de lo marginal.

 

 

"Pero el amor, mi querida y pequeña Yvette, el amor no existe",

(Tolouse-Lautrec).

 

Si alguien supo retratar el París más bohemio del siglo XIX, ese fue sin duda Toulouse-Lautrec, un pintor enamorado de la noche parisina que nació en la ciudad  francesa de Albi. Y es precisamente en su localidad natal donde se encuentra el museo bautizado con su nombre y que se ha convertido en uno de los mayores museos contemporáneos.

 

Henri Marie Raymond de Tolouse-Lautrec fue dibujante y cartelista y una figura tremendamente original en el arte del siglo que le tocó vivir. Nacido en una familia aristocrática, su vida, sin embargo, no estuvo muy acorde con el linaje de su entorno. En su adolescencia sufrió una enfermedad que le provocó una enorme debilidad ósea, y eso le produjo la rotura de los fémures de ambas piernas. A partir de entonces su crecimiento dejará de ser normal y  llegó a medir tan sólo un metro y medio de estatura. Ubicado en París, Lautrec decide abrir un taller en Montmartre y dedicarse plenamente a la pintura, codeándose con grandes figuras artísticas como Van Gogh o Paul Gauguin. Fue cliente fiel de cafés cantantes, teatros, prostíbulos y salas de baile de París, ambientes que irán formando sus creaciones y dando vida a hipnóticas ilustraciones de bailarinas de can can y de personajes extravagantes. Su vida fue breve y vertiginosa: acompañante incansable de la noche, cliente habitual de burdeles  y gran consumidor de alcohol, llegó a sufrir capítulos depresivos y de locura que fueron consumiendo su espíritu hasta fallecer a la edad de 37 años. Sería su madre, apoyo incondicional del pintor, quien donaría las primeras pinturas del artista con el fin de perpetuar su genio y reivindicar su indudable talento.

 

Así nace el Museo Tolouse-Lautrec que nos presenta una enorme colección de obras del pintor, así como objetos del artista, como su famoso bastón o su copa de brandy. Pero, además, sus dibujos se encuentran acompañados de obras de antiguos artistas y de trabajos de contemporáneos de Lautrec. El edificio que engloba esta explosión de arte es el palacio de la Berbie, un edificio episcopal del siglo XIII y que se ha convertido en parada incondicional para los visitantes de Albi.

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